El otro día me encontré en el océano de dicha, navegando por los surcos que dibujaba tu pelo azabache en la suave cuna de mi pecho, me encontré de pronto imaginándote, soñándote el resto de mis días contigo, intentando no entusiasmarme, no "volarme". Vuelvo a suspirar profundo y te observo, respiras agitada, tus manos empuñadas las intento abrir para que te relajes, me haces una mueca y te das vuelta..... No puedo creer que después de todo, te tenga ahí tan alcance de mi mano, acaricio tu espalda amplia, me encanta, apoyo mi mejilla y escucho tú ronquido. Me alejo, creo que te incomodo, te vuelvo a observar.
Paso el tiempo y en un último intento, un grito desesperado, una instancia respire y guarde, mastique, luche, lo negué, y cuando ya no pude, cuando mi propia misericordia y mi desesperanza, en un verdadero vomito impulsado por tener tus manos con las mías y esa mirada tan inquisidora, tan resplandeciente, no pude más y deje caer mi coraza para decírtelo, para declamar, para desnudarme frente a ti y asumir de una vez por todas que mi felicidad tiene tu nombre.
Continua Marta Azocar.